Noto lo repetitivo, noto lo constante y noto los ariles, así como veo momentos que se revelaron antes de llegar, noto mi falta de constancia y seguimiento a una ruta. Este ejercicio de escritura improvisada, de dibujo, de sentires y pensares al viento y su música, con los colores y sabores que percibo sin percibir y que mezcló cuando al parecer eso no es posible.
Siguen aquí, nunca se han ido, sigue esta luz que no sé bien de dónde viene, noto una raíz que se cortó y no sé por qué o para qué pero grita porque la vea, porque la escuche y transmita lo que me quiere mostrar, pero no la veo, no sé revela aún, no sé cuando lo haga y a veces me desesperanza.
La noto en el viento en días de lluvia, la percibo en el contraste de cañaverales, montañas y el gris azulado de la tormenta cuando se acerca, la escucho en la brisa, en la guitarra, en el viento... La siento en los hilos, en los colores y texturas de los tejidos y bordados que trabajo. Casi la veo en mis caminos y travesías y sin embargo no la reconozco, no sé dónde más buscarla o si se vuelva a presentar.
Hace 9 años la noté muy cerca, fue tan fuerte que parecía un sueño despierta, un aril, que al parecer no fue mutuo y de serlo no esperé a averiguarlo, algo del espíritu reclama no tanto al sentimiento como a esa conexión reconocida y escondida por mí y a mí. Una tarde, un camino, aquella lluvia, la misma luna pero otra realidad, tan ilusoria que al tratar de volver a tocarla ya se había evaporado.
Y ahí sigue esa esencia, cercana, cuidándome, susurrando por donde ir sin mostrarse y al mismo tiempo en todo. Constante aunque quien soy hoy nada tiene que ver con aquella que fui y dudo que con quien seré.